jueves, 16 de junio de 2011

Grietas 77


Un pasquín del Grupo La Resistencia 2012
Número 77 / 15 Jun 2011
En la edición: Denisse Sánchez Erosa .
Argentina Casanova, Ileana Garma .
Mario Pineda . Adán Echeverría,
Joelia Dávila, Jesús Bartolo


Dirección: Jorge Manzanilla
palabrasgrietas@yahoo.com.
mx





Eduardo Kintero




EL MURMULLO DEL FRÍO

CARLOS MARTÍN BRICEÑO


Aquí está otra vez el frío. Viene de mi interior, lo sé. Desde ese día no he vuelto a ser la misma, un cuando en esta ciudad la temperatura sobrepase los cuarenta grados, esta hiriente sensación no me abandona, me recorre el cuerpo, se adentra en mi torrente sanguíneo y, aunque han pasado os años, me obliga a recordar a diario los hechos, a rememorar la mañana, la mala hora en que te ejé en aquella trampa.

Nada más escuchar el timbre del reloj despertador y despegar los párpados, lo primero que hago s irar tu rostro; alzo la mirada y busco tus ojos en el retrato colgado en la pared. ¡Qué me importa ue o desanconseje el psicólogo! Estás sonriendo, a punto de soplar las velas de tu pastel del Hombre raña. ¿Recuerdas? Cumplías tres años y, quién iba a imaginar. Tu cuarto está como si el tiempo no ubiera pasado: los peluches encima del buró; los cochecitos, ordenados por tamaños, en sus episas; la cama bien puesta, con la colcha de Spiderman que tanto te gustaba. "¿Por qué no onvertimos el cuarto del niño en cuarto de tele?", me insiste la abuela, "con recordar eternamente o se gana nada". Estoy segura que ella también sufre. Está desesperada de tanto verme llorar y rata de sobreponerse.

"El hubiera no existe. Lo que pasó ya no tiene remedio, es necesario darle vuelta a la hoja. Deje de echarse la culpa" ¿Qué carajos puede saber el psicólogo de esta congoja implacable prensándome el pecho? Ni siquiera cuando estoy en el supermercado frente a mi caja registradora, metida en el trabajo, olvido. Cada vez que una señora se acerca con su carrito de compras y descubro un niño de tu edad montado en él, antes de soltar, de rigor, la sonrisa, y el encontrótodo- lo-que-buscaba, obligado, con esa voz amable que nos exigen, debo apretar los labios para no llorar, sintiendo caer sobre mí sus miradas, flechas hirvientes que envían mis compañeros: desde la jefa de área, harta ya de mis lloriqueos, y a la que debo rogar, mes a mes, que me deje salir temprano a llevarte flores al cementerio, hasta los insolentes "cerillos" que parecen burlarse con sus despreocupadas sonrisitas.


Cuando me avisaron estaba en pleno corte. Fue uno de los "viene-viene" quien me lo dijo, llegó corriendo desde el estacionamiento y lo soltó a voz en cuello, como para que no quedara duda: ¡Se está quemando la guardería donde tienes a tu hijo, Sandrita! Me engarroté. Aturdida quise abandonar todo y salir corriendo a buscarte pero la mirada de la jefa me lo impidió. ¡Cómo he de temerle que ni siquiera por saberte en peligro dejé mi caja al garete! Respiré hondo, así como nos enseñan en los cursos de capacitación, ordené mis ideas y recordé que había una manera, una sola, autorizada por la dirección, para cortar caja en situaciones de riesgo. Temblores, siniestros y cosas por el estilo. Al terminar, busqué a la supervisora con la mirada y asintió con la cabeza. Me pareció que ya sabía, y quién sabe desde que hora. La recabrona.


Cuando por fin llegué aquello era una locura. Mucho humo y gente por todas partes. Había un olor insoportable, mezcla de hule y carne chamuscada, tan intenso que hasta ahora no se me quita de la nariz. Por eso no me da hambre, como de a poquitos, nada más para darle gusto a tu abuela. Los bomberos no me dejaron pasar, habían acordonado el área y cerrado las rejas. Me colgué de los barrotes, gritaba tu nombre, como esperando que aparecieras de un momento a otro en medio de todo ese revoltijo. Me amaché queriendo cruzar la barrera y tuvieron que detenerme entre tres. Forcejé, rogué, pedí que me soltaran. ¡Ahí está mi

hijo! ¡Pónganse en mi lugar! Ninguno hizo caso. Durante el forcejeo me tocó ver claramente como iban sacando cuerpecitos carbonizados, otros tatemados, llenos de quemaduras en los brazos, en la cara, las ropas tiznadas de tanto hollín. En medio de mi desesperación, rogaba a Dios que no estuvieras entre ellos.


Quizá segundos o minutos. No sé cuanto tiempo fue. Lo cierto es que cuando estaba a punto del desmayo, alguien dijo que el muchacho de la llantera cercana había logrado sacar varios niños antes de que el techo se les viniera encima. Corrí hasta donde me indicaron y fue cuando te vi. Te distinguí enseguida, no por tu cara, pues estabas lleno de hollín como la mayoría, sino por tu pijama rojo de Hombre araña. Ibas, junto con otros cuatro niños, adentro de una ambulancia, listo para ser trasladado al hospital. Un paramédico les daba los

primeros auxilios. ¡Déjenme pasar! ¡Soy mamá de aquél!, grité, el índice apuntando, abriéndome paso a empellones entre las demás personas que también buscaban a los suyos. El paramédico me miró compasivo. No tuvo que decir media palabra. A diferencia de los otros que no dejaban de gritar, desgarrados de dolor, estabas quietecito, quietecito, como ángel dormido. "Había mucho humo espeso, empecé a tentar, tenté carnita y lo agarré. Junto a él había una niña, estaba toda quemada, no hacía nada; no lloraba, tenía los ojos grises. Nomás se me quedó viendo, nada más abría la boca y la cerraba, como los peces".


Así me lo describió, días después, el empleado de la llantera, el joven que te sacó, cuando fui a darle las gracias y le pedí que me contara cómo fue tu rescate. Cerré los ojos y agradecí a Dios que a ti te hubiera llevado rapidito, que nada más el humo te hubiera envenenado el cuerpo, no como aquellos niños que alcancé a ver, que iban todos descarapelados, como cuando a un tomate se le quita el cuerito. Desde entonces, por más que me abrigue, este frío no me abandona. Se cuela terco, insolente, entre los resquicios de mis ropas, de mi abrigo y cala hondo hasta mis huesos. En el autobús, la gente no me quita la vista de encima. Algunos se han atrevido a preguntar. No entienden nada, no imaginan que con tu ausencia te llevaste todo el calor de mi cuerpo y debo procurármelo con este grueso abrigo.




PERORATA DEL CONVENCIDO


JORGE CORTÉS ANCONA



Para alcanzar el poder todo se vale.

Traspasar las lealtades y amistades.

Deshacerse de todo sentimiento.

Vender la propia patria y destruir vidas humanas.


Para alcanzar el poder todo se justifica.

El sacrificio de unos lleva a otros al poder

para que los merecedores del poder lo ejerzan.


¿Qué importan 49 niños que no son hijos del poder?

No importa que hayan sufrido, total ya están en el cielo.

No importa que no haya justicia, total ya se murieron.

¿Para qué castigar a nadie si eso ha permitido alcanzar un poder justo?


¿Errores? ¿Cuáles y de quiénes?

Si no murió nadie importante para el poder.

No eran gente de prestigio.

No merecían las primeras filas en los convites.

Nadie quiere oír más llantos. ¡Caso cerrado, por favor!


Los señores políticos están muy ocupados, no los molesten por cosas del

pasado.

Déjenlos escuchar las lisonjas, porque sólo los hacen felices las palabras

agradables.

¿Y quién es el necio que insiste en turbar la felicidad de esos dignos señores?

Déjenlos, por favor, tomar los acuerdos que incrementen las fortunas.

Por supuesto, las fortunas de los que verdaderamente merecen gozar de ellas.


¿Los niños de ABC?

Decenas de millones de mexicanos ignoran de qué se trata eso.

¿Y por unos cuantos que lo saben nos vamos a preocupar?

Los jodidos están jodidos, es una condición divina.

Y los jodidos no quieren dejar de ser jodidos.

Por eso les ocurren esas tragedias.


Esas cosas suceden, entiéndalo usted.

No se afectó a nadie importante.

¿O conocía usted a alguno de los papás de esos niños que murieron?


Sólo importan los que gozan del poder.

Los demás son los que tienen que esperar horas y horas para todo.

Los que hacen largas colas en la calle bajo el sol.

Los que nunca son escuchados,

porque el poder se retira antes de que les hayan permitido empezar a hablar.


Tienen que acostumbrarse a esa realidad: de nada sirven los reclamos ni las críticas.

El poder sólo sirve a los que valen, al prestigio, a la riqueza.

¿Para qué desperdiciar el tiempo en los que nada tienen?

¿En los que tienen siempre que esperar?


En esta tierra sólo importa el dinero que se filtra en el embudo.

El negocio que sigue siendo el negocio.

Que lo demás se empape del simulacro de la virtud

y de esa obscena palabra llamada caridad.

Para los pobres el espectáculo de que no están en la pobreza.

El espectáculo de que están cerca del lujo de los que realmente valen la pena.


Estamos jugando a ser dioses. En la barbarie, somos dioses.


Necesario es exigir al Presidente de la República y a las Cámaras de Senadores y de Diputados, envíar al ejército y la marina de vuelta a sus cuarteles y la inmediata renuncia de Genaro García Luna. Desde GRIETAS, pedimos a la sociedad mexicana, hacer suya, con nosotros, esta Exigencia.

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