La Resistencia 2012
Número 16 / 29 Sep 2010
En la edición: Denisse Sánchez Erosa .
Bárbara López León . Argentina Casanova .
Mario Pineda . Adán Echeverria
Dirección: Jorge Manzanilla
palabrasgrietas@yahoo.com.mx
Número 16 / 29 Sep 2010
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Y ADIÓS A LAS ARMAS
ILEANA GARMA
ILEANA GARMA
He visto muchas veces en el cine, en la televisión, en la literatura, la imagen
del joven soldado que parte a la guerra, el padre o la madre que sólo tienen
como opción, el oficio de esperar. Recuerdo en El Muro de Pink Floyd al
niño que enferma mientras su padre se encuentra ausente, en las trincheras;
recuerdo en Adiós a las armas a la joven enfermera que se enamora del soldado
herido; tengo en la memoria a esas innumerables jóvenes voluntarias que
hacen de enfermeras en improvisados hospitales, como Ignes de El tambor
de hojalata o la propia Candy White Andrews. Otras veces, leyendo a Robert
Graves, que se delinea resguardado en una fosa, sobre la que llueven explosivos
mientras él sólo desea herirse para regresar a casa con su mujer, o el dibujo
que hace Günter Grass del muchachito polaco que pierde los lentes en medio
de un tiroteo, me he preguntado hasta dónde en verdad los mexicanos de hoy
podemos identificarnos con la guerra, con las grandes guerras.
del joven soldado que parte a la guerra, el padre o la madre que sólo tienen
como opción, el oficio de esperar. Recuerdo en El Muro de Pink Floyd al
niño que enferma mientras su padre se encuentra ausente, en las trincheras;
recuerdo en Adiós a las armas a la joven enfermera que se enamora del soldado
herido; tengo en la memoria a esas innumerables jóvenes voluntarias que
hacen de enfermeras en improvisados hospitales, como Ignes de El tambor
de hojalata o la propia Candy White Andrews. Otras veces, leyendo a Robert
Graves, que se delinea resguardado en una fosa, sobre la que llueven explosivos
mientras él sólo desea herirse para regresar a casa con su mujer, o el dibujo
que hace Günter Grass del muchachito polaco que pierde los lentes en medio
de un tiroteo, me he preguntado hasta dónde en verdad los mexicanos de hoy
podemos identificarnos con la guerra, con las grandes guerras.
He conocido a muchos chicos que, tras una historia de fracaso, la
imposibilidad de un empleo o una escuela que los acepte, terminan por ingresar
al ejército, que se ofrece como una oportunidad para crecer, para progresar,
para ser mejor. Repaso Al este del Edén; Adam se sentía como un sonámbulo
al haberse acostumbrado a las rutinas del ejército, pensaba que eso era lo que
deseaban, que los soldados pudieran perder su identidad, su rostro, su manera
de hablar y caminar, la manera en que miraban. Todos ellos eran un sólo
cuerpo, debían ser una sola voz que respondía al llamado de mando, un sólo
espíritu, una sola fuerza. Un par de piernas todos ellos, un par de brazos, un
único rostro. Y hasta el día de hoy, después de reflexionarlo mucho, no recuerdo
a un chico, una sola chica que haya pensado entrar al ejército por verdadera
voluntad. Recuerdo a una joven que admiraba a su padre pues éste era gen-
eral y tenía un par de casas hermosas, evoco a una joven que no soportaba
vivir más con sus padres y vio en el ejército la oportunidad de escapar, pienso
en un joven que tras no lograr acceder a la universidad entró al ejercito.
Finalmente, no, no sé de nadie que haya sentido deseos de cambiar a este país
o la intención de ayudar a quienes se encuentran en peligro y mejorar lo que
tenemos. Y ellos son nuestra fuerza militar.
Sin embargo no dudo que los haya. Cuando miro esas imágenes de los
soldados rescatando a familias enteras de las inundaciones, llevando despensas
a sitios inhóspitos, involucrados en diversas labores de rescate y ante los
desastres naturales, no dudo que se sientan orgullosos de lo que son, lo mismo
que sus familias.
Muchas veces también nos damos de frente con la otra cara de la moneda.
En las escuelas del norte del país los niños tienen que llevar a cabo simulacros
para aprender lo que se debe hacer en caso de un tiroteo. Hay toques de queda
y todos los días mueren más y más personas; mueren los estudiantes del
Tecnológico de Monterrey, mueren los jóvenes en una fiesta, mueren los niños
que brincan un retén, mueren las mujeres que salen de la maquila. Mueren los
ideales y las causas, las protestas, las propuestas: ¿será que todo esta perdido?
No lo creo. Desde que Troya ardía bajo el poder de Aquiles la literatura
nos cuenta las guerras. Cantamos también las luchas en El Mío Cid y La
canción de Roldan. "Mexicanos al grito de guerra" dicen millones de niños y
jóvenes mexicanos, todos los lunes en los honores a la bandera. ¿Cuántos de
nosotros estamos dispuestos a luchar por las injusticias que vivimos? Y no
hablo de tomar armas, hablo de asumir las responsabilidades que nos tocan
como mexicanos; porque hubo una época en que trenes atestados de esclavos
recorrían largos caminos. El día de hoy, sin un capataz en la espalda, abordamos
autobuses atestados también, rumbo al trabajo. He visto al doblar la esquina,
niños delgadísimos como fantasmas que deambulan por las calles inertes
vendiendo artesanías o chicles. ¿Quién no lo ha visto? He observado la tierra
imposibilidad de un empleo o una escuela que los acepte, terminan por ingresar
al ejército, que se ofrece como una oportunidad para crecer, para progresar,
para ser mejor. Repaso Al este del Edén; Adam se sentía como un sonámbulo
al haberse acostumbrado a las rutinas del ejército, pensaba que eso era lo que
deseaban, que los soldados pudieran perder su identidad, su rostro, su manera
de hablar y caminar, la manera en que miraban. Todos ellos eran un sólo
cuerpo, debían ser una sola voz que respondía al llamado de mando, un sólo
espíritu, una sola fuerza. Un par de piernas todos ellos, un par de brazos, un
único rostro. Y hasta el día de hoy, después de reflexionarlo mucho, no recuerdo
a un chico, una sola chica que haya pensado entrar al ejército por verdadera
voluntad. Recuerdo a una joven que admiraba a su padre pues éste era gen-
eral y tenía un par de casas hermosas, evoco a una joven que no soportaba
vivir más con sus padres y vio en el ejército la oportunidad de escapar, pienso
en un joven que tras no lograr acceder a la universidad entró al ejercito.
Finalmente, no, no sé de nadie que haya sentido deseos de cambiar a este país
o la intención de ayudar a quienes se encuentran en peligro y mejorar lo que
tenemos. Y ellos son nuestra fuerza militar.
Sin embargo no dudo que los haya. Cuando miro esas imágenes de los
soldados rescatando a familias enteras de las inundaciones, llevando despensas
a sitios inhóspitos, involucrados en diversas labores de rescate y ante los
desastres naturales, no dudo que se sientan orgullosos de lo que son, lo mismo
que sus familias.
Muchas veces también nos damos de frente con la otra cara de la moneda.
En las escuelas del norte del país los niños tienen que llevar a cabo simulacros
para aprender lo que se debe hacer en caso de un tiroteo. Hay toques de queda
y todos los días mueren más y más personas; mueren los estudiantes del
Tecnológico de Monterrey, mueren los jóvenes en una fiesta, mueren los niños
que brincan un retén, mueren las mujeres que salen de la maquila. Mueren los
ideales y las causas, las protestas, las propuestas: ¿será que todo esta perdido?
No lo creo. Desde que Troya ardía bajo el poder de Aquiles la literatura
nos cuenta las guerras. Cantamos también las luchas en El Mío Cid y La
canción de Roldan. "Mexicanos al grito de guerra" dicen millones de niños y
jóvenes mexicanos, todos los lunes en los honores a la bandera. ¿Cuántos de
nosotros estamos dispuestos a luchar por las injusticias que vivimos? Y no
hablo de tomar armas, hablo de asumir las responsabilidades que nos tocan
como mexicanos; porque hubo una época en que trenes atestados de esclavos
recorrían largos caminos. El día de hoy, sin un capataz en la espalda, abordamos
autobuses atestados también, rumbo al trabajo. He visto al doblar la esquina,
niños delgadísimos como fantasmas que deambulan por las calles inertes
vendiendo artesanías o chicles. ¿Quién no lo ha visto? He observado la tierra
de los campesinos explotada de tal manera que los campos tornan a desiertos,
los ríos a cuencas polvorientas. Contra ésta pobreza hay que luchar. Porque
no logramos liberarnos de las amarras del capitalismo, porque muchos no
accedemos aún a condiciones de vida digna ni seguridad social. Sin embargo
la literatura, las durmientes bibliotecas cálidas que amanecen día a día
solitarias, se encuentran para eso, para darnos una opción, una oportunidad,
la posibilidad de enfrentar este mundo con otros mundos, esta realidad con
otras realidades, esta cultura frente a otras culturas. Ahí se encuentra para
quien desee probar el arma de las letras.
los ríos a cuencas polvorientas. Contra ésta pobreza hay que luchar. Porque
no logramos liberarnos de las amarras del capitalismo, porque muchos no
accedemos aún a condiciones de vida digna ni seguridad social. Sin embargo
la literatura, las durmientes bibliotecas cálidas que amanecen día a día
solitarias, se encuentran para eso, para darnos una opción, una oportunidad,
la posibilidad de enfrentar este mundo con otros mundos, esta realidad con
otras realidades, esta cultura frente a otras culturas. Ahí se encuentra para
quien desee probar el arma de las letras.
CIUDAD INVERSA
KAREN VALLADARES
Nadie sueña al mundo
Jorge Luis Borges
La ciudad es una lámpara un abanico. A veces es un pájaro, espejo de la muerte, polvo de nuestro propio cuerpo. Un niño que nos usa como barrilete, un perro que nos lame las sombras. Hombres y mujeres que avanzan en cualquier sentido. A veces simplemente no avanzan. Es larga, sin movimiento sin respiración. La ciudad es nada más restos de basura | que vuelan en un cielo negro o azul o amarillo. Esta ciudad, es como un mal verso "es una silenciosa batalla en el ocaso, un latido de guitarra, o una vieja espada". La ciudad es un río cargado de piedras donde la piedra azota al río. Esta ciudad, esta precisa ciudad es el mundo que nadie sueña. |
PASEO
ILIANA VARGAS
Luciérnagas
hinchadas de luz metálica
planean
sobre
el viento tibio
que las expulsa del bosque hacia la noche,
hacia un maremoto de lava.
Dragón de duermevela
explora mis labios
con tentáculos de hielo
y adhiere sus ventosas
a mis párpados: cavernas y espinas.
A través de la retina
mi cuerpo
se llena de veneno:
esencia de la muerte que llega con el sueño:
esencia de la sombra que ilumina
esta tundra neblinosa
sobre la que una mano de ámbar me desliza.
ANA
MARCOS RODRÍGUEZ
Ana la llaman, Ana "La Nana". Cada mañana abraza la danza amarga: alza la
casa, lava, plancha.
La carga cansa, acaba. La ama maltrata, paga mal. Ana calla, agachada.
La ama, Sara Lara (dama malvada, capataz), la manda a labrar.
Ana acata cansada, labra la granja, amarra las parras, trabaja, trabaja,
trabaja... Al acabar, Sara la amarra a la cama. Hasta la mañana la para. ¿A
yantar? ¡Para nada!
-¡A trabajar, haragana pagana! ¡A trabajar, zángana!
Ana acata. Cansada, abraza la danza amarga. Al acabar, acaba amarrada.
Ana trama matar a la ama. Al llamarla para trabajar al aclarar la mañana,
Ana agarra la pala, ataca sagaz, la mata. Sara sangra. Ana la ata, agarra la
pala, cava... Al acabar arrastra a la canalla al parral, a la zanja cavada. Al
zamparla, la tapa.
-¡Rata malvada! ¡Larva!
Acabada la zangamanga tramada, Ana "La Nana" va tras la gata, la
atrapa, la abraza.
Ana danza sardanas, alaba a Satanás. Satán alaba la hazaña.
Ana danza halagada, canta... canta...
Esta es una publicación de la Catarsis Literaria El Drenaje.
Si algo aparece publicado acá, seguro es que coincidimos en ideas.
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