jueves, 24 de febrero de 2011

Grietas 47


Un pasquín del Grupo
La Resistencia 2012
Número 46 / 23 Feb 2011
En la edición: Denisse Sánchez Erosa . Bárbara
López León . Argentina Casanova . Ileana
Garma . Mario Pineda . Adán Echeverría


Dirección: Jorge Manzanilla
palabrasgrietas@yahoo.com.mx




Ligia Chan Brito


EL DIARIOS DE UN GENIO

HÉCTOR CETINA MORALES




Chavita era pintor de brocha gorda, pero siempre quizo dedicarse al dibujo tecnico. Tenía la teoría de los colores de que el léon no es como lo pintan, porque siempre en domingo terminaba por pintar un zorro o su mínimo común múltiple: un gato con botas.
Cuando el corazón se le hacia de melón, pintaba de tripas corazón; era su lado oscuro, como si la fuerza lo acompañara, desde que aquella vez un hombre de negro se le acercó y le dijo: soy tu padre, porque según las malas leguas era hijo de la madre Teresa y de un tal padre Amaro.
Fue un 2 de octubre, ¡por que jamás se olvida!, para Chavita ésta aparición, más allá de la vida, fue como un trhiller, un big bang, su boom latinoamericano y pa pa panamericano, fue su proyecto uno, su reloj blando dando la hora nacional y gritando a los cuadro vientos: ¡es la hora, es la hora, es la hora de jugar!
Hay quién decía que era un genio con su lámpara maravillosa; que iluminaba como linterna verde todo lo que pintaba... pero Friduchita, su amor platónico venusiano, por que las mujeres son de venus y no de marte, no estaba de acuerdo, ella hablaba de un tal Dieguito y su mano de Dios, y que el periódico mural decía que era como un Aleph en una ventana indiscreta, y que por eso y muchas cosas más, él era en definitiva el master of popets y su cupido motorizado, por lo que cada vez que se embriagaba, se ponía monitos hasta en la carita.

Chavita muy en el fondo del diario de una pasión, estaba conciente de sus celos y de que el cielo puede esperar hasta por sus bigotes. Pepe grillo le decía todos los dias: calmantes montes mi pequeño saltamones, que siempre hay un roto para un descocido.
Mientras, no le quedaba otra que hacer gala de las esferas para aguantar bara... pero él en su inteligencia artificial se hacía al surrealista y pedía que ojalá lloviera café en el campo, para que en la realidad no se sufra tanto.



ALGUIEN EROTIZÓ LA TARDE

IAN SORIANO


Alguien erotizó la tarde. Flor y su vestido blanco, y su sudor de mojigata. Y Ester con sus medias negras goteando en mi frente y sus tacones soberbios levantando sus nalgas. Yo masturbándome debajo del escritorio, mientras el círculo de ineptos que a mi lado laboraba podía concentrarse en su trabajo; frente a sus computadoras como héroes amansados, fustigados por unos cuantos billetes, ¿qué miserable polvareda abrumaba sus cerebros? Flor y su fondo blanco y sus calzones holgados y su mente serena, y sus extrañas facciones de felino, con su peineta sujetando cabellera. Ester virando su silueta con expertos movimientos de hombros erguidos, y rizados aromas alrededor de su espalda. Y Damaris aún virgen, acomodando periódicos con las manos hasta que sus nalgas maduraran más de dieciocho años; algo en su rostro revelaba que estaba contenta así. Carmen la-más-buena, sin suficientes defectos como para poner caliente a un alma y a un cuerpo, chaparrita pero bien redondas y bronceadas sus caderas y caireles de membrillo rojizo. Deisy caminaba chueco, se paraba de su silla y evadía las órdenes de los jefes -animales en ese momento- quienes babeaban mientras las blancas y redondas tetas se movían del norte al sur de la oficina, entre halagos, visiones y reclamos de por qué llegaba tan tarde, que no había problema porque "después me pagas las horas".
Vuelvo a Ester -de la edad de mi madre-, quien me esperaría detrás de la puerta de la oficina para mostrarme la maternidad de las diosas que nunca amamantaron a sus hijos, antes de que el mundo se volviera tan contradictorio y comenzaran a ladrar los hombres dentro de las oficinas de renombre y recato, con ganas de que ninguna señora se fuese de vacaciones sino hasta que las máquinas se apagaran y los motores de los hombres estuviesen hasta el forro de trabajo automático y a merced del dinero. Porque, al fin y al cabo, a todas había que pagarles, a pesar de que nunca nos cumplieran ningún miserable sueño o fantasía. Bajo la circunstancia de que varias de ellas aún no descubrían el meollo del gusto por la belleza sexual que las hacía existir; por la desgracia de que la mera enfermedad de la lujuria no particularizaba a ninguna, sino que por simple instinto animal y vulgaridad eran tomadas por nosotros, circunstancia que debía ser inaceptable. Nada menos que uno más de los absurdos presagios de siglos anteriores, cuando ni ellas eran la maquinaria sexual ni nosotros la monetaria. Cae la herencia de una peste sobre nuestros ojos, y más allá de los valses que nunca bailaremos en las pistas sino dentro de sus faldas porque (¡maldito el que inventó la lencería!) deberían dejarnos ahí escondidos para siempre. Muta nuestra agonía a la temperatura ambiente de sus encantos, en medio del humo de cigarrillos y smog de glorietas adonde van a comer, donde pasean más de mil cuerpos amorfos e inútiles, hartos de que nadie los posea. Porque son feos pero tienen sed, son feas pero visten tangas, y sus nalgas son planas, amarillas, chuecas, pero se componen, o lo
intentan. Y se acabaron las percepciones cómodas desde que ninguna tiene rumbo ni estrategia, porque nadie las quiere, pero vamos por ellas, que no las dejen. Y también las gordas nos gustan (¿Quién explica el karma de las gordas?). Recargan sus panzas sobre nuestros ombligos, repugnantes; deliciosas las gordas pero nunca sutiles. Gordas con más devoción erótica que las flacas de vestidos largos y sonrisas codiciosas, ejecutantes de danzas en las que nadie debería abrir los ojos: las siluetas de las reinas que dan pasos hacia atrás, las gitanas, las negras, las de piel frágil, muy blanca, enfermizas, las que nunca sabrán sentarse "correctamente" después de casarse, las que morirán sin noviazgos, las vendidas, las quedadas, las de nadie; el rimel escurrido, sus espaldas en escombros, su corazón arde con ellas. Y ellas creen que nosotros las queremos. Y nosotros queremos que ellas nos crean, o nos creen…de nuevo.




UN JUEGO DE NIÑOS

ANA BERTHA GÓMEZ CAVAZOS


-¿Qué crees? (Con cara de angustia) En el recreo
jugamos a que unos niños eran soldados y otros narcos. Y nos
tirábamos papelitos.
- Por eso estás estudiando tanto inglés, ¿Verdad? ¿Ya
no quieres vivir aquí?
-No, estoy harta de la guerra.
-Oye, shikipiki ¿Y quienes ganaron, los narcos o los
soldados?
-Todavía no se sabe, hasta el otro recreo. ¿Tú quién
quieres que gane?
-Pss lo mismo que todos: la gente.





LAVAPLATOS

MOISÉS VILLAVICENCIO BARRAS



Yo miraba las manos de mi madre
ir de a un lado a otro de los platos.
El limón se comía la grasa
y la ceniza el cochambre.
El agua sucia era
para los jazminez y los geranios.
Pensé muchas veces en sus raíces
retorciéndose como los intestinos de los gatos
atropellados en la noche de mi barrio.
Sordo escuché las quejas de mi madre
hacia los posillos de estrecha boca
y los vasos de plástico.
La vi sangrar lágrimas y monosílabos.
Mi padre me dijo mientras se afeitaba:
"Los platos los desperdicios y rosarios
son asuntos de mujeres.
Uno hace las cosas duras que le tocan al hombre:
Encontrar los yacimientos de peces,
masticar tabaco y tirar las redes."
Hoy yo también me quejo de la redondez
estúpida de los platos de tantos vasos
y de tantas tazas.




SON LAS CALAVERAS MI QUERIDA DIABLA

ADÁN ECHEVERRÍA



Las calaveras verdes y el desabrido cielo sin estrellas
Son las calaveras y la palidez detergenta que no puede discutirse
No sólo los baños y los años que perderemos en la angustia
sino la afrenta hacia nuestros amores
hacia los rostros que fuimos amamantando en la esperanza
Los dientes sonrientes de las calaveras son lo único que
permanece
ahí estático
insomne acechante.










Esta es una publicación de la Catarsis Literaria El Drenaje.
Si algo aparece publicado acá, seguro es que coincidimos en ideas




No hay comentarios:

Publicar un comentario